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En memoria de Armando

marzo 21, 2012

DE NUESTRA QUERIDA TIERRA consagra sus páginas a Jovellanos y  a los jovellanenses. Hoy hace merecida excepción para hablarles de alguien que no nació, ni creció, ni se vinculó directamente con mi pueblo; sólo una vez pasó por allí, como recordó en una de sus conversaciones conmigo, al viajar a través de la Carretera Central desde Holguín hasta la Habana. Este pequeño relato lo dedico a su memoria:

Años atrás trabajé en una compañía constructora; mis funciones me vincularon a personas a las que tomé afecto; ha pasado el tiempo y quiero hablarles de una de ellas. No tengo su biografía y datos que me permitan precisar su destacada personalidad, pero para mí, en este caso, vale la pena arriesgarme a lo inexacto, de antemano me disculpo. La información de que dispongo proviene de conversaciones personales, de escuchar y ver actuar a este señor al dirigirse a diferentes empleados por asuntos laborales, de presenciar su maestría persuasiva para convencer a clientes que exploraban la posibilidad de contratar los servicios de la compañía; en los hechos pude comprobar que fue uno de sus representantes de éxito.

Me siento obligado a contarles acerca de él, en especial, porque más de una vez me habló de sus hijos y también le conté del mío; comprendí cuánto quería a los suyos y que ambos disfrutábamos el sublime sentimiento: la gracia divina de ser padres.

Armando Ibarra nació a mediados de la década del cincuenta del pasado siglo en Tacajó, central azucarero situado unos treinta kilómetros al este de la ciudad de Holguín, en la antigua provincia de Oriente, en la República de Cuba. Extensos campos de caña con sus polvorientas o enfangadas guardarrayas de profundos canarreos, el paso de numerosas carretas cargadas de caña de azúcar arrastradas por sus yuntas de bueyes, extensos palmares y arboledas, el ruido de las maquinarias del ingenio y el peculiar olor de las mieles durante la molienda – el mejor de los perfumes – junto al benefactor ambiente y el cariño en el seno de su hogar, fueron los factores primordiales que conformaron su acendrada cubanía, su franca y campechana manera de expresarse y actuar.

Su niñez y primeros años de juventud los pasó en el batey del ingenio. Allí cursó estudios primarios. Junto a sus compañeros de juegos participó en numerosas travesuras y el hecho de ser hijo de un importante directivo del central, propiciaba que llegaran rápidamente las quejas a su padre, quien le reprendía severo. Cuando sus progenitores deciden marchar al exilio, en los Estados Unidos, las autoridades le impiden acompañarlos por estar en edad militar. Quedó transitoriamente en casa de familiares. Le gustaban las matemáticas, mostraba habilidad al hacer cálculos de diverso tipo y efectuar complicadas operaciones con rapidez y exactitud, de lo cual, años después, al trabajar juntos, tuve la oportunidad de ser testigo. Pudo ingresar a la Universidad de la Habana y comenzó la Licenciatura en Matemáticas. Muchas veces caminaba desde la propia escalinata universitaria hasta el albergue estudiantil situado en las cercanías de 12 y Malecón y viceversa; hacía el largo recorrido obligado por las serias dificultades en el transporte urbano y le animaba el deseo de conocer la vida de la capital cubana. No pudo concluir su carrera por el afán de unirse a su familia en este gran país.

Llegó joven, estudió el idioma inglés y consiguió dominarlo. Su preparación y voluntad le permitieron ascender en diferentes ocupaciones labores, se convirtió en exitoso vendedor de maderas y se adentró en el conocimiento de la construcción de modernas edificaciones.

Fruto de su matrimonio que posteriormente se malogró, son sus dos hijos: un varón y una hembra, a quienes amaba entrañablemente. Por el tiempo que ha transcurrido, ellos deben ser hoy personas adultas y quizás prolongaran su estirpe al tener sus propios hijos, quienes hubieran sido sus nietos. Pude conocer a estos muchachos, ambos adolescentes, cuando él los llevara varias veces por la compañía y con orgullo nos los presentara; a ellos les vi en ocasiones ocupar el cubículo de trabajo de su padre mientras éste atendía asuntos en otras áreas.

Armando Ibarara comprueba personalmente el trabajo en una de las obras de la compañía. Mayo del 2003

Mi primera tarea en aquel empleo me la indicó Armando. Me dijo que lo acompañara para determinar las medidas de los espacios interiores en una construcción que estaba a cargo de la compañía; información imprescindible para diseñar las escaleras metálicas que correspondían al proyecto.

Fuimos en su camioneta – Pick Up Truck – de fuerte apariencia con pintura exterior de pronunciado color beige, espacioso interior, bien climatizada, llevaba la radio conectada, sintonizada a bajo volumen a una estación que trasmitía música latina. Conducido por su dueño, el vehículo se desplazaba por calles, avenidas y carreteras por el Gran Miami mientras conversábamos acerca de nuestros lugares de origen, de los males que aquejan a nuestro país debido a la larga dictadura que padece; me habló de sus hijos y yo le conté del mío.

Llegamos al lugar de destino y en los espacios habilitados para instalar las referidas escaleras, procedimos a medir el largo y ancho en la planta baja y en el piso superior, así como la altura entre los pisos. Se mostró cordial con los trabajadores que ejecutaban la obra, observé el respeto y la confianza de éstos a la sana autoridad que se había ganado entre ellos. Personalmente realizó la medición, yo fui su auxiliar.

El viaje de regreso me pareció más rápido, hablamos otro poco y en el parqueo de la compañía, al desmontar del carro, concluí, sin equívoco, que este señor era magnífica persona. En recorridos similares y testigo de su actuación en otros momentos, reafirmé esa opinión.

Bajo sus requerimientos dibujé diferentes planos. Me ayudaba a comprender mejor el sentido y la orientación del objeto de obra, el tipo de material a emplear, detalles significativos que debía desglosar en algunos dibujos y otros aspectos que mis escasos conocimientos en la esfera de la construcción no me permitían entender a cabalidad.

Acudía regularmente al departamento de ingeniería a precisar asuntos pendientes, impartir indicaciones sobre un nuevo proyecto, revisar alguno de los planos o el cálculo del acero y otros materiales requeridos para determinada obra; también nos visitaba porque profesaba especial estimación a personas que laboraban en aquel lugar. Y mientras cada cual continuaba sus tareas, él hacía alguna broma o expresaba comentarios y preguntas sobre temas de interés. Más de una vez le escuchamos decir con satisfacción: “Este es mi departamento de ingeniería…”

El miércoles 21 de Noviembre del 2007, víspera del Día de Acción de Gracias, junto a otros jefes y empleados designados, Armando participó en la distribución de pavo y vino a los trabajadores. “Su departamento” fue uno de los lugares a los que él en persona entregó el obsequio de la compañía. Al rato regresó, y como a veces solía hacer, se recostó, de pie, al marco de la puerta de nuestro local de trabajo y empezó a conversar. No podíamos imaginar, quienes compartimos ese momento, que sería la última vez que le veríamos con vida. Con manifiesta alegría nos confió sus planes acerca del inusual fin de semana largo. Teníamos por delante el jueves, día feriado para Dar gracias a Dios; el viernes, que nos lo cedía generosamente la compañía; y el sábado y domingo, días no laborales; en total, tendríamos un amplio receso, el cual aprovecharía, según nos contaba, para viajar con sus dos hijos en su carro hasta un poblado en el vecino estado de Georgia y pasar el señalado feriado junto a familiares muy cercanos, estupenda oportunidad para compartir con sus retoños durante el extenso recorrido por carretera y en el transcurso de aquellos días; para él sería un gran disfrute filial.

Todo iba bien en el viaje hasta que en apartado cruce de carreteras, en las primeras horas del jueves 22 de Noviembre del 2007, alguien en grado sumo irresponsable y criminal, desconoció las señales de tránsito y se lanzó a gran velocidad sobre la camioneta beige; el violento impacto se produjo contra la puerta del chofer, donde iba Armando, quien a pesar de recibir los auxilios médicos posibles, fallece a las pocas horas. Imagino que en el corto tiempo que sobrevivió al accidente, si en algún instante pudo tener conciencia de lo ocurrido, le reconfortara la idea de que sus hijos quedaran con vida.

Armando Ibarra fue persona de gran valía; no sólo sus hijos y familiares lo recuerdan, él supo ganarse la estimación y el afecto de quienes le conocimos; para mí fue un privilegio tenerlo entre mis jefes. Somos muchos los que siempre lo mantendremos vivo en la memoria.

La Carretera Central: extraordinaria fortuna (2)

noviembre 5, 2009

Continuación de la Galería de Fotos.

Calle Estrada Palma. 1928

Jovellanos. La calle Estrada Palma en 1928. Aun no existe la Carretera Central. Detrás de la persona que se ve al fondo está la línea del ferrocarril que va al Circuito Sur. Foto tomada de Así era Matanzas.

La guajira 3

En la Carretera Central. Desde La Guajira hacia Jovellanos. Foto 2009

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Bajo el puente. Una mirada al este. Foto 2009.

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A la orilla de la Carretera Central hacia Coliseo, la Cafetería Caonao. Febrero 2009.

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El sólido entramado de columnas y vigas de mi puente. Foto 2009.

La Carretera Central: extraordinaria fortuna

octubre 29, 2009
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A la salida de Jovellanos. Los carros vienen o van por la Carretera Central desde o en dirección a Coliseo. El fotógrafo apunta la cámara desde el inicio de la carretera a Pedro Betancourt. Foto 2009.

La Carretera Central se construyó entre los años 1927 al 1931. Desde Pinar del Río hasta Santiago de Cuba tiene una longitud de 1139 kms. Se asienta sobre firme losa de hormigón cubierta de excelente mezcla asfáltica; cuenta con 536 puentes, 486 de hormigón armado, 15 de acero y 35 de otros tipos.

Esta grandiosa obra se ejecutó por la empresa norteamericana Warren Brothers Co. y la Compañía Cubana de Contratistas dirigida por el ingeniero cubano Manuel A. Coroalles, la cual realizó completamente su diseño. Con toda razón esta es una de las Siete Maravillas de la Ingeniería Civil de Cuba.[1]

La Carretera Central significó enorme adelanto para el desarrolo nacional; crecieron pueblos y ciudades, la indutria, la agricultura, el turismo; después de creada, nuestro país fue otro. Su calidad la confirman su uso contínuo por muchos años hasta nuestros días.

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En la Carretera Central. A dos kilómetros de Jovellanos en dirección a Perico. Foto 2009

Gracias a la privilegiada posición geográfica de Jovellanos la magnífica vía atraviesa la localidad a lo largo de su extremo sur. Mi pueblo le debe mucho; desde su creación significó extraordinario impulso a su desarrollo en todos los ódenes al facilitar la transportación hacia la totalidad del país.

Calle Estrada Palma

Calle Estrada Palma, mirando desde San Lorenzo hacia Santa Isabel. Foto 2009

El segmento que pasa por la parte habitada del pueblo, aunque existía desde antes como la calle  Estrada Palma, merecido homenaje a Don Tomás, el primer presidente de la República, destacado patriota de las Guerras de Independencia de 1868 y 1895, se convirtió en una de las mejor pavimentadas y adquirió inusual animación con el creciente tránsito de vehículos.

En esa calle, además de los ciudadanos que habitan las numerosas viviendas situadas a sus orillas, se asentaron diferentes comercios y manufacturas, entre ellos los garajes situados en ambos extremos del pueblo; la Embotelladora Jovellanos; la fábrica de bloques de José Ramón García; bodegas como La Bataclana y la de Pablo Toscano; el establecimiento de la familia Lang con su gasolinera y la venta de víveres, cigarros, café al minuto y refrescos; la cafetería La Pachanga. También estaba el local de los Caballitos o Policía Motorizada.

Entrada al Batey La Guajira, donde nació mi querida madre.

Por la Carretera Central. A tres kilómetros de Jovellanos en dirección a Perico está el Batey La Guajira, lugar donde nació mi querida madre en 1924. Foto 2009.

En las afueras, la planta de la estación de radio Circuito Nacional Cubano; algunos asentamientos campesinos o bateyes como San José, La Experimental y La Guajira, en esta última, en 1924, poco antes de comenzar la construcción de la grandiosa obra, nació mi madre querida.

Apostados a orillas de esta carretera, en la salida hacia Coliseo, recuerdo a los vendedores que sostenían en sus manos ristras de las más hermosas mandarinas; las ofrecían con movimientos pendulares a los numerosos vehículos en tránsito por el lugar, muchos se detenían para comprar la sabrosa fruta. Siempre escuché que la cosechaban en el cercano Naranjal de los Fernández. En varias oportunidades, al conversar con algunas personas y puntualizarles el nombre de mi pueblo, exclamaban:  Ah, si… la tierra de las mandarinas ! – era así como lo recordaban.

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El puente o elevado cruza sobre la línea del ferrocarril que va hacia el Circuito Sur. Foto 2009

El punto constructivo más importante de la Carretera Central al pasar por Jovellanos es el puente o elevado que fue preciso levantar sobre el cruce del ferrocarril que conduce al Circuito Sur. Se extiende en arco por unos 400 metros, su luz se acerca a los 12 metros y sus extremos descansan al pie de las calles Narciso López por el oeste, y Cataneo por el este. El material empleado en su fabricación fue el hormigón armado.

Puente 2

Nuestro puente; sus poderosas columnas. Foto 2009.

Las sólidas columnas conforman poderosos cuartetos situados a unos 15 metros entre ellos para constituir el vigoroso sostén de toda la estructura cogida por numerosas vigas. La parte superior está rematada por consistentes barandas que por ambos lados acompañan su arqueada figura, sólida protección a vehículos y peatones.

Sitio considerado espacio público, algunas personas muy pobres vivieron bajo el puente en casuchas de desechos de cartón, tablas y pedazos de zinc, al amparo de la monumental construcción.

Se dice que alguien se quitó la vida lanzándose desde su parte más alta y que en ocasiones personas con diferentes problemas amenazaban con imitar el gesto suicida.

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Hermosa imagen de nuesro puente desde el lugar que llaman la Plaza Roja. Foto 2009.

Pero lo cierto es que el puente o elevado de la Carretera Central en nuestro pueblo, diseño típico que podemos ver en otros puntos a lo largo del país, en mi caso, sin tener los conocimientos y la información técnica adecuados, la califico como la maravilla de la ingeniería civil de todos los tiempos en Jovellanos.

A más de 75 años su estructura se mantiene firme, orgullosa. Es un símbolo que acompaña el recuerdo que profesamos los jovellanenses a nuestra querida tierra.

La Carretera Central es una extraordinaria fortuna para mi país y para mi pueblo; esta colosal obra mantiene su valor a pesar del castigo del tiempo y la falta de adecuado mantenimiento. (Ver Galería de Fotos)

[1] La Sociedad de Ingenieros Civiles Americanos escogió entre las más grandes y complejas construcciones modernas en diferentes épocas y países  las Siete Maravillas de la Ingeniería Civil, estas son: el Canal de Panamá, el Túnel del Canal de la Mancha (Francia-Gran Bretaña), Hidroeléctrica de Itaipú (Brasil-Paraguay), Torre de Televisión CN (Toronto, Canadá), Obras de Protección del Mar del Norte (Holanda), el edificio Empire State y el puente Golden Gate (ambos en los Estados Unidos). Inspirados en esta iniciativa, la organización similar de Cuba, en 1997 seleccionó la Siete Maravillas de la ingeniería civil cubana como obras consideradas monumentales, únicas por su magnitud y las soluciones técnicas aplicadas, éstas son: el Acueducto de Albear, el Túnel del Alcantarillado de la Habana, la Carretera Central, el edificio Focsa, el Túnel de la Bahía de la Habana, el Puente de Bacunayagua y el Viaducto de La Farola (enlace terrestre entre Baracoa y Guantánamo)

GALERIA DE FOTOS CARRETERA CENTRAL

Foto1

En la Carretera Central. Carretón tirado por caballo en dirección a la salida para Coliseo. Se observa el entronque con la calle Pozas, muy cerca existió la Embotelladora Jovellanos. Foto 2009.

Foto 3

En la Carretera Central. El garaje a la salida para Coliseo. En la actualidad se llama Oro Negro. Foto 2009.